Una joven mujer sobre la que pesa
una poco deseable reputación, camina rauda por las callejuelas polvorientas de
la pequeña aldea llamada Betania. Apresura sus pasos ocultando entre sus manos
un precioso objeto camuflado entre sus vestidos. Es la hora de la cena. Su
familia mas cercana, sus amigos y casi todo el pueblo está en la casa a la que
se dirige. Mientras anda sus pensamientos tienen un objetivo determinado, fijo.
Su voluntad se sobrepone a los prejuicios del entorno social en el que vive. En
su pecho un volcán amenaza hacer erupción en cualquier momento. Una inmensa presión
se acumula en su garganta y sus párpados colman su capacidad y comienzan a
desbordarse en pequeñas gotas que muy pronto se convertirán en abundante torrente.
Camina, recuerda, y los recuerdos
y sentimientos se atropellan entre si por asomarse a la ventana de su mente.
Recuerda como otrora caminara
avergonzada, asqueada del estigma que cargaba, la mirada baja, el rostro
cubierto y el dolor trabado en lucha con la rabia dentro de su corazón, pero
todo eso cuidadosamente oculto bajo la máscara de un dulce rostro sonriente.
Recuerda la asombrosa revelación
de amor infinito que como nunca sintió cuando aquellos ojos penetrantes como la
mas afilada de las flechas destrozaron su coraza de miedo y se posaron con
firmeza en los suyos y la abrazaron con una paz que no podía entender.
Recuerda las palabras que
cortaron su alma como una espada del mas afilado acero desnudando todo su
pecado, revelando toda su inmundicia, hiriendo de muerte su maldad, pero
revelando la única y autentica verdad.
Recuerda… sus sentimientos se
agolpan, tiene la urgente necesidad, y no sabe bien por qué, de cumplir su
propósito, ese impulso que la lleva a ejecutar lo que se he propuesto. Sabe que
para el mundo que la rodea ella no tiene ningún valor. Es consciente que ha
sido también causa de vergüenza para los que la aman, pero sabe que ya nada
importa, que todo ha pasado y que algo nuevo se gesta en ella. Su instinto
materno le dice que, así como su vientre está capacitado para gestar y contener
vida, así también su espíritu está capacitado para ser vivificado, y el suyo
está siendo transformado en ese entonces.
La inunda una gratitud que no
puede ser expresada con palabras, solo sus ojos pueden verter tantas lágrimas
como pueda generar su alma.
Ha llegado a la casa. Entra
deslizándose detrás de los que están ahí. No toca a nadie, procura no ser
detenida por nadie, aunque sabe que, aunque le costara la vida, nada le
impediría hacer lo que va determinada ha hacer. Sus ojos, entre la niebla que
los cubren, ubican la espalda de su tan deseado objetivo. ¡Ahí está! ¡Es ahora!
Inclina su cuerpo hasta el piso,
es casi una sombra cuando cae a los pies del que está sentado a la mesa y sobre
el que se fijan todas las miradas. Sus manos liberan de entre sus ropas el
valiosísimo y tan estimado objeto que aprisionan con tanto celo y cuidado y de
pronto aferrándolo con todas sus fuerzas lo hacen estallar en mil pedazos…
En un instante el mundo que la
rodea se paraliza, el sonido de la ruptura del material, acalla las voces, la
conversación se detiene, el aire se llena por completo de un maravilloso
perfume, todas las miradas cambian de objetivo, ahora es ella el blanco de las
miradas, los rostros cambian, los ceños se fruncen, un oscuro nubarrón de ira
cubre las mentes de los presentes y de inmediato con toda la saña de su
deformada humanidad estalla una tormenta de juicio y acusación sobre la
postrada muchacha.
El volcán de su pecho hace
erupción al fin y se derrama en mil cascadas de llanto incontrolable que lavan
sus ojos para que vean casi pegados a ellos los pies que descansan en el piso. Esos
pies. Su objetivo. El mundo entero cae ahora sobre ella, pero no le importa, sus
oídos no obedecen a las voces de los que la acusan, sus manos ahora tiemblan y
toma entre ellas su mas precioso tesoro, su dignidad, lo que la distingue como
mujer, su cabello al que tanto cuida, que tanto aprecia, su honra, su honor y
comienza, como si fueran el más desechado de los trapos de limpieza y con toda
la ternura que su alma angustiada puede expresar, a enjugar con ellos esos pies
tan amados a los que sus labios juzgados como impuros e indignos, cubren de
besos.
Su cuerpo convulsiona en llanto
tan profundo, que la que llora es su alma, arrepentida, humillada, pero
profundamente agradecida.
Todo ha cambiado en un instante,
las voces, los sentimientos, la acción. Solo la voz que hablaba cuando ella
entró a la casa no se deja llevar por las de los demás. Ahora es firme, serena,
justa, severa para los que acusan, pero a la vez, comprensiva, dulce y
compasiva para con la mujer arrepentida, y teniendo su llanto como la mas dulce melodía de fondo, sigue
revelando verdad, misericordia y amor infinito ante la miseria del egoísmo humano
cuando clama:
“¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me
diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha
enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha
cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas
ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus
muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le
perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son
perdonados. Tu fe te ha salvado, ve en paz. (Lucas 7:36-50; Juan 12:1-8; )
Ademir Silvera 26/10/2020
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