martes, 27 de octubre de 2020

¿Conoces a Dios?

 


Una joven mujer sobre la que pesa una poco deseable reputación, camina rauda por las callejuelas polvorientas de la pequeña aldea llamada Betania. Apresura sus pasos ocultando entre sus manos un precioso objeto camuflado entre sus vestidos. Es la hora de la cena. Su familia mas cercana, sus amigos y casi todo el pueblo está en la casa a la que se dirige. Mientras anda sus pensamientos tienen un objetivo determinado, fijo. Su voluntad se sobrepone a los prejuicios del entorno social en el que vive. En su pecho un volcán amenaza hacer erupción en cualquier momento. Una inmensa presión se acumula en su garganta y sus párpados colman su capacidad y comienzan a desbordarse en pequeñas gotas que muy pronto se convertirán en abundante torrente.

Camina, recuerda, y los recuerdos y sentimientos se atropellan entre si por asomarse a la ventana de su mente.

Recuerda como otrora caminara avergonzada, asqueada del estigma que cargaba, la mirada baja, el rostro cubierto y el dolor trabado en lucha con la rabia dentro de su corazón, pero todo eso cuidadosamente oculto bajo la máscara de un dulce rostro sonriente.

Recuerda la asombrosa revelación de amor infinito que como nunca sintió cuando aquellos ojos penetrantes como la mas afilada de las flechas destrozaron su coraza de miedo y se posaron con firmeza en los suyos y la abrazaron con una paz que no podía entender.

Recuerda las palabras que cortaron su alma como una espada del mas afilado acero desnudando todo su pecado, revelando toda su inmundicia, hiriendo de muerte su maldad, pero revelando la única y autentica verdad.

Recuerda… sus sentimientos se agolpan, tiene la urgente necesidad, y no sabe bien por qué, de cumplir su propósito, ese impulso que la lleva a ejecutar lo que se he propuesto. Sabe que para el mundo que la rodea ella no tiene ningún valor. Es consciente que ha sido también causa de vergüenza para los que la aman, pero sabe que ya nada importa, que todo ha pasado y que algo nuevo se gesta en ella. Su instinto materno le dice que, así como su vientre está capacitado para gestar y contener vida, así también su espíritu está capacitado para ser vivificado, y el suyo está siendo transformado en ese entonces.

La inunda una gratitud que no puede ser expresada con palabras, solo sus ojos pueden verter tantas lágrimas como pueda generar su alma.

Ha llegado a la casa. Entra deslizándose detrás de los que están ahí. No toca a nadie, procura no ser detenida por nadie, aunque sabe que, aunque le costara la vida, nada le impediría hacer lo que va determinada ha hacer. Sus ojos, entre la niebla que los cubren, ubican la espalda de su tan deseado objetivo. ¡Ahí está! ¡Es ahora!

Inclina su cuerpo hasta el piso, es casi una sombra cuando cae a los pies del que está sentado a la mesa y sobre el que se fijan todas las miradas. Sus manos liberan de entre sus ropas el valiosísimo y tan estimado objeto que aprisionan con tanto celo y cuidado y de pronto aferrándolo con todas sus fuerzas lo hacen estallar en mil pedazos…

En un instante el mundo que la rodea se paraliza, el sonido de la ruptura del material, acalla las voces, la conversación se detiene, el aire se llena por completo de un maravilloso perfume, todas las miradas cambian de objetivo, ahora es ella el blanco de las miradas, los rostros cambian, los ceños se fruncen, un oscuro nubarrón de ira cubre las mentes de los presentes y de inmediato con toda la saña de su deformada humanidad estalla una tormenta de juicio y acusación sobre la postrada muchacha.

El volcán de su pecho hace erupción al fin y se derrama en mil cascadas de llanto incontrolable que lavan sus ojos para que vean casi pegados a ellos los pies que descansan en el piso. Esos pies. Su objetivo. El mundo entero cae ahora sobre ella, pero no le importa, sus oídos no obedecen a las voces de los que la acusan, sus manos ahora tiemblan y toma entre ellas su mas precioso tesoro, su dignidad, lo que la distingue como mujer, su cabello al que tanto cuida, que tanto aprecia, su honra, su honor y comienza, como si fueran el más desechado de los trapos de limpieza y con toda la ternura que su alma angustiada puede expresar, a enjugar con ellos esos pies tan amados a los que sus labios juzgados como impuros e indignos, cubren de besos.

Su cuerpo convulsiona en llanto tan profundo, que la que llora es su alma, arrepentida, humillada, pero profundamente agradecida.

Todo ha cambiado en un instante, las voces, los sentimientos, la acción. Solo la voz que hablaba cuando ella entró a la casa no se deja llevar por las de los demás. Ahora es firme, serena, justa, severa para los que acusan, pero a la vez, comprensiva, dulce y compasiva para con la mujer arrepentida, y teniendo su llanto  como la mas dulce melodía de fondo, sigue revelando verdad, misericordia y amor infinito ante la miseria del egoísmo humano cuando clama:

 “¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado, ve en paz. (Lucas 7:36-50; Juan 12:1-8; )

                           Ademir Silvera 26/10/2020



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